Ya era la hora y el día, por fin habia llegado. Domingo por la tarde en la plaza del pueblo. Por ahí venian dos muchachas cargadas con bandejas de chocolate. Poco a poco la gente se iba acercando, mujeres, hombres, niños, niñas y algún que otro anciano. Todos acudían a por un pequeño trozo de chocolate. En ese instante, en el preciso instante en que saboreaban el dulce chocolate se podía ver la felicidad en sus caras. Como si nada hubiera pasado, como si sus casas no fueran escombros, como si sus familiares no estuvieran luchando en la guerra, como si sus vecinos no se murieran de hambre, como si todos los horrores de los últimos días nunca hubiesen sucedido.
Ya era viernes otra vez. Estaba ayudando a repartir la comida que nos habían traído, y de paso, guardando un poco para cuando mi padre llegara de combatir, si llegaba; ya me parecía extraño que después de tres semanas no apareciera ni diera señales de vida, pero yo rezaba todas las noches para que llegara al día siguiente y no quedarme completamente sola, pues, mi madre ya no estaba con nosotros y yo me encontraba extraña en un refugio lleno de gente a la que no conocía. Cuando el sábado me desperté, un chico joven, más o menos de mi edad, me dio la terrible noticia. Mi padre ya no iba a volver.
Tomé la decisión más dura de toda mi vida, pero creo, la más correcta, pues prefierí estar en el cielo siendo feliz con mi familia, que en la tierra, sola y triste.
IES Río Nora 1º ESO B Marina Garcìa
En pie de guerra
Ya era la hora y el día, por fin habia llegado. Domingo por la tarde en la plaza del pueblo. Por ahí venian dos muchachas cargadas con bandejas de chocolate. Poco a poco la gente se iba acercando, mujeres, hombres, niños, niñas y algún que otro anciano. Todos acudían a por un pequeño trozo de chocolate. En ese instante, en el preciso instante en que saboreaban el dulce chocolate se podía ver la felicidad en sus caras. Como si nada hubiera pasado, como si sus casas no fueran escombros, como si sus familiares no estuvieran luchando en la guerra, como si sus vecinos no se murieran de hambre, como si todos los horrores de los últimos días nunca hubiesen sucedido.
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Ya era viernes otra vez. Estaba ayudando a repartir la comida que nos habían traído, y de paso, guardando un poco para cuando mi padre llegara de combatir, si llegaba; ya me parecía extraño que después de tres semanas no apareciera ni diera señales de vida, pero yo rezaba todas las noches para que llegara al día siguiente y no quedarme completamente sola, pues, mi madre ya no estaba con nosotros y yo me encontraba extraña en un refugio lleno de gente a la que no conocía. Cuando el sábado me desperté, un chico joven, más o menos de mi edad, me dio la terrible noticia. Mi padre ya no iba a volver.
Tomé la decisión más dura de toda mi vida, pero creo, la más correcta, pues prefierí estar en el cielo siendo feliz con mi familia, que en la tierra, sola y triste.
IES Río Nora 1º ESO B Marina Garcìa
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